Charlamos con Edu que nos cuenta esta maravillosa aventura, de 4 amigos en el Atlas Marroquí. Podéis leer también, desde la visión de su primera experiencia las vivencias, escritas por María.

Mundos distintos. Sonrío a modo de saludo y me responde con una leve inclinación de cabeza y una sonrisa tímida. Lenguaje común. Ella prosigue su camino, su rutina diaria, sin mirar atrás. Yo continúo mi viaje recorriendo sus costumbres y paisajes. Quizá ella sueñe un futuro como el mío mientras yo añoro un pasado como el suyo. Cruzar miradas, intercambiar palabras, conectar con gestos. Instantes fugaces que dejan huella.

Nuestro viaje a Marruecos ha sido una secuencia de instantes así. Una inmersión profunda en el Atlas más auténtico, un choque cultural brutal y repentino, acompañado por unos paisajes áridos a los que tampoco estamos acostumbrados, desde la alta montaña a las puertas del desierto. Una aventura que se fraguó hace año y medio entre cuatro amigos. Un viaje muy exigente físicamente, con una combinación de dos etapas de monte y seis de bici, entre las que hemos recorrido 537 kilómetros y hemos salvado 12.845 metros de desnivel positivo. Un sueño cumplido.
Día 1. Llegada a Marrakech
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Pues vale. “¡Yala, yala!”. Llegamos al hotel Narjisse, descargamos los bultos y nos adentramos en la medina entre kilos de fruta, encantadores de serpientes, monos y tatuadoras de henna. Nos perdemos en el laberíntico zoco de Marrakech, observamos todo tipo de objetos que llenan las estrechas calles y admiramos su trabajo artesanal con el cuero.
Atravesamos un universo de colores y olores para terminar de nuevo en la plaza, donde cenaremos en uno de los puestos callejeros. Quizá este haya sido el único momento del viaje en el que nos han agobiado un poco por ser turistas.
Mañana ponemos rumbo al Marruecos más auténtico, donde apenas llegan foráneos y donde viviremos las experiencias más especiales del viaje.
Día 2. Camino al Atlas

A 60 kilómetros de Marrakech hacemos un alto en el camino para ver las famosas cascadas de Ouzoud, y más adelante, en Asilal, paramos en un mercado a comprar fruta y provisiones para los próximos días.
Mientras subimos y bajamos puertos al ritmo de Enrique Iglesias, uno de los cantantes preferidos de nuestro conductor Ramón, damos alguna que otra cabezada: es mejor reservar fuerzas y no enterarse demasiado de las sinuosas carreteras y pistas que nos esperan con la bici. Ya las enfrentaremos cuando llegue el momento.

Día 3. Agouti – Refugio Tarkddite

Tenemos por delante 19 kilómetros con 1.648 metros de desnivel positivo. Al principio se hacen muy llevaderos, estamos con ganas y pasamos por pequeñas aldeas que nos permiten un primer contacto con la gente local.

Vemos sobre todo niños y niñas que van a la escuela o están jugando junto a sus casas. Nos hacemos fotos con ellos y alucinan cuando se ven reflejados en la pantalla de nuestro móvil. Su ilusión, su inocencia, sus risas nos dan la energía necesaria para afrontar la primera parte de la subida.

Dejamos atrás las anécdotas y las aldeas y la cosa se pone seria. Nos espera una larga subida hasta un collado que está a 3.400 metros de altitud. Cada uno sube a su ritmo, en silencio, bajo un sol plomizo. Después de una pequeña bajada y cinco horas de travesía divisamos el refugio Tarkddite.

Cuando se pone, nos resguardamos en el refugio, observamos cómo hacen el pan y devoramos el tallín que nos sirven para cenar mientras charlamos con una francesa, la única compañía que tenemos esa noche. Nos acostamos pronto bajo una pila de mantas. Creo que mañana nos espera un día duro.
Día 4. Refugio Tarkddite – cima M’Goun – Agouti
A las 4:15 de la madrugada suena el despertador. Hemos dormido vestidos, así que sólo nos tenemos que poner la chaqueta, el frontal, y la mochila. Fuera, aguarda una inmensidad oscura salpicada por miles de estrellas. Silencio absoluto.
Qué afortunados somos de poder estar ahí. Hace frío, pero es soportable, no mueve aire. Avanzamos en fila bajo la iluminación del frontal hasta que aparece un haz de luz en el horizonte y nos sorprende un amanecer mágico.
El frío se intensifica y tenemos que trotar para no quedarnos tiesos. Después de tres horas, 10 kilómetros y 1.071 metros de desnivel positivo desde el refugio, coronamos la cima del M’Goun. Con sus 4.071 metros de altitud, es el cuarto pico más alto de la cordillera del Atlas y el punto más elevado que han pisado mis compis.

La altura comienza a hacer mella: se nos reseca la boca, se nos escapa algún bostezo y aparece algún ligero dolor de cabeza… Tardamos dos horas en bajar al refugio y llegamos con las fuerzas justas. ¡A desayunar! Con el estómago lleno ya se ven las cosas de otra manera.
Nos disponemos a enfrentar la vuelta hasta Agouti pero nos resistimos a volver por el mismo lugar por el que vinimos. Tiene que haber alguna posibilidad de hacer la ruta circular. Preguntamos a uno de los guías que aparece en la planicie para montar un campamento y sus indicaciones son claras: “¿Agouti? Sí, otro camino posible. Seguir cauce río, primer desvío izquierda. Left”. Perfecto.

El calor aprieta, empezamos a racionar bebida y comida, vamos muy justos, pero nadie se queja. Al revés. Le restamos importancia y cada uno remonta la subida a su ritmo hasta la planicie del refugio. Nos reagrupamos. Bueno, ahora ya sabemos lo que nos espera, y no es poco.
Emprendemos el regreso, sin prisa pero sin pausa. Vamos a llegar justos de luz. Qué lejos queda la conquista de la cima al amanecer… Después de doce horas, con un etapón imprevisto a nuestras espaldas de 50 kilómetros y 2.500 metros de desnivel, llegamos al hostal de Agouti, exhaustos. Rogamos “a lot of pasta” para cenar confiando en el poder energético de los hidratos porque mañana toca coger la bici…
Día 5. Agouti – Zahouia

Terminamos de ponerlas a punto (ajustar parrillas, pulpos…) y comenzamos a rodar. Qué gran sensación la de descubrir un país sobre una bicicleta. Atravesamos las primeras aldeas observando cada detalle. Mujeres que vienen de trabajar en la hierba. Niños y niñas que van al colegio con sus mochilas Quechua. Mezquitas. Burros que justamente asoman la cabeza entre manojos de ramas. Hombres sentados que pastorean ovejas.
Nos adentramos en una pista de tierra y llega la primera subida seria. La rueda no agarra bien y hay que hacer un sobreesfuerzo para avanzar. El calor, el polvo y el cansancio de ayer aparecen de golpe y lanzan el primer ataque, que va directo a la cabeza: “No puedo más, ¿cómo voy a ser capaz de hacer las seis etapas de bici?; ¿quién me mandará a mí meterme aquí?”. Pero todo sufrimiento es pasajero.
Termina esa pista infernal y en esta ocasión casi agradecemos que llegue la carretera. Aún tenemos que salvar mucho desnivel, pero por carretera se hace llevadero. Coronamos la primera subida, bajamos y paramos a almorzar una omelette con queso y té con galletas, un clásico de nuestro viaje. El parón nos sabe a gloria pero también nos pasa factura para afrontar la última subida. Dura, sí, pero es la última. Después nos espera una larga y preciosa bajada de 18 kilómetros que nos deja a las puertas de Zahouia, el destino de hoy. ¡Primera etapa conseguida! Hemos realizado 63 kilómetros con 1.900 metros de desnivel positivo y 2.070 de desnivel negativo.
Por la tarde, cuando estamos dando un paseo por el pueblo, una mujer sale a nuestro paso y nos hace señas con la mano para que nos acerquemos. Nos guía hasta su casa, nos enseña con orgullo la alfombra que está tejiendo y nos conduce hasta el salón, donde su marido nos da un fuerte apretón de manos mientras nos indica efusivamente que nos sentemos junto a él. Nos descalzamos y obedecemos.

Por la noche, ya de vuelta en el hostal, nos espera otra agradable sorpresa para la cena. La compañía y las andanzas de un italiano de 70 años que viaja solo con su bici. Después de recorrer varios países de diferentes continentes nos confiesa que Marruecos se le está haciendo especialmente duro. ¡Fuerza, valiente!
Día 6. Zahouia – Anergy



Aprovechamos una sombra para almorzar. “Esto ya está casi hecho, sólo quedan 30 kilómetros de divertidos toboganes”. Error. Nos adentramos en una pista con piedras y arena bajo un sol abrasador. Es tan bonita como dura. Los kilómetros pasan despacio y el cansancio se va notando. Nos estamos quedando sin agua y por allí no se ve ninguna aldea hasta que por fin aparece una casa e imploramos agua señalando nuestros botellines vacíos. Nos lo rellenan y nos mandan pasar a una sala diáfana y fresquita, para nosotros un pequeño oasis. Una niña nos observa divertida y se come todas las barritas y dátiles que le damos, mientras su madre se esmera en cascar nueces que poco después nos ofrece en una bandeja junto al clásico té, cacahuetes, pan, aceite y miel. No podemos estar más agradecidos. Shukran x infinito, buena gente.
El espectacular entorno de la ruta por el cañón del río mitiga un poco la dureza del sube y baja de la pista, pero yo llego muy castigada por esta segunda parte de toboganes que había infravalorado. Lección aprendida, nunca hay que cantar victoria antes de alcanzar la meta.

Día 7. Anergy – Imilchil
Anergy (y la vida callejera de su mercado) es un lugar especial, un lugar-burbuja donde parece que se ha detenido el tiempo y apetece quedarse unos días, pero tenemos que continuar nuestra ruta. Hoy asusta un poco el desnivel positivo al que nos enfrentamos: 2.169 metros de ascenso (y 1.496 de descenso) en 68 kilómetros.
Nada más salir de Anergy encaramos con calma un largo puerto en el que prácticamente nos quitamos la mitad del desnivel. En la bajada nos cruzamos con algún campamento nómada y atravesamos aldeas perdidas en las que sospecho que somos la noticia del día. Los niños y niñas dejan de jugar para acercarse a chocarnos la mano y después echan a correr detrás de nuestras bicis como si les fuera la vida en ello. Emociona ver cómo se iluminan sus caras cuando les regalas una libreta o un simple boli…

Tiene más servicios, más turistas, más alojamientos y eso le hace perder cierto encanto. Aunque a cambio podemos elegir qué comer (un rico pollo a la brasa) o encontrar fácilmente un taller donde reparar un pinchazo de Carlos que empezaba a tener mala pinta. Mohammed, copropietario del hotel Izlane en el que nos alojamos, nos cuenta que desde que han construido la carretera de asfalto hasta Imilchil en sustitución de la antigua pista han perdido cierto volumen de turismo de aventura.
Esta noche tenemos que echarnos la manta. Estamos a 2.200 metros de altitud y el frío arrecia, aunque nada comparable a los meses de invierno, cuando el termómetro ha llegado a marcar 20 grados bajo cero.
Día 8. Imilchil - Agoudal

Ya nos estamos acostumbrando a esto de levantarnos y sólo tener que pedalear. No hay obligaciones ni prisas. Nuestra única misión es llegar al destino previsto mientras disfrutamos de la montaña marroquí y sus gentes. Además hoy es una etapa de “descanso activo”: 55 kilómetros con 657 metros de desnivel positivo y 393 negativos. Hoy no madrugamos. Esperamos a que suban un poco las temperaturas mientras damos un paseo por el mercado local de Imilchil, en el que vemos desde un hechicero hasta el puesto de un “dentista callejero”. A media mañana, un poco más perezosos de lo habitual, cogemos nuestra compañera de viaje y ponemos rumbo a Agoudal. En el trayecto destaca el precioso lago Tislit de agua azul turquesa, precedido por una bonita pista en paralelo al río que desemboca en la carretera. Los casi 30 kilómetros de asfalto resultan más monótonos, así que avanzamos “a rueda” hasta llegar a ‘Kasbah Citoyenne’ de Agoudal. Las ‘kasbahs’ (palabra árabe que significa Alcazaba o Ciudadela) son espacios fortificados de origen bereber, todo un clásico de la arquitectura tradicional marroquí que podemos contemplar en muchos pueblos por los que pasamos.
Aprovechamos los últimos rayos de sol para dar un paseo por la aldea y en cuanto este se pone volvemos a nuestra madriguera. ¡Qué frío! Allí nos espera la historia de una familia francesa cuanto menos sorprendente, formada por una pareja joven (Marie-Hélène, de 39 años y Yannick, de 40) y sus tres hijos (de 12, 10 y 8 años). Juntos se han embarcado en un viaje con sus bicicletas y sus abultadas alforjas (portean tres tiendas de campaña, sacos, etc), y con un fin solidario.
Nos cuentan que hace ya varias semanas salieron de su casa, próxima a los Alpes franceses, atravesaron Francia, hicieron el camino de Santiago del norte y bajaron por la costa de Portugal hasta Gibraltar, de donde pasaron a Marruecos. Ahora se dirigen al Sahara y aún les queda Mauritania y Senegal. Una aventura para la que han previsto 6 meses, con una media de 50 kilómetros al día. La logística de ese viaje en autosuficiencia con tres niños no debe ser nada fácil pero su relato es pura sencillez. Atónitos, apuntamos la dirección de su blog para seguir sus andanzas (https://petitprinceavelo.net/). Qué bonito es viajar y cuántas maneras diferentes de vivir…
Día 9. Agoudal – Boulmane


Desayunamos como si no hubiera un mañana y nos ponemos en marcha después de desear suerte a la familia francesa. La etapa comienza subiendo por una pista que serpentea entre un árido paisaje montañoso hasta que alcanzamos los 3.000 metros de altitud. Nunca antes, ninguno había pedaleado a esa altura.
Son momentos, sensaciones, que se volverán a casa con nosotros en forma de recuerdos. También los de la apasionante bajada posterior durante varios kilómetros que nos acercan a la turística Garganta del Dadès. Un descenso que es un regalo para los sentidos de cualquier ciclista o motorista. Una curiosa mezcla de adrenalina-velocidad con paz-bienestar.
Al acercarnos a la Garganta, un profundo barranco en el valle alto del río Dadès, nos sorprenden dos cosas: la escasez de turistas por la zona y una repentina tormenta, que nos obliga a cobijarnos en el restaurante Timzzillite.
Aprovechamos la parada para comer un plato de pasta con unas vistas espectaculares sobre la zigzagueante carretera, hasta que escampa y podemos recorrer esas curvas perfectas sobre nuestras bicis. ¡Qué maravilla! Los últimos 30 kilómetros que nos quedan los disfrutamos tranquilamente hasta que llegamos a Boulmane, una ciudad que no tiene nada que ver con las pequeñas aldeas que hemos dejado atrás.
Allí, nos ayudan a encontrar un “taller” de soldadura para solucionar un problema técnico: a Jorge se le ha partido la parrilla. Nos cobran 100 Dirham (casi 10 euros) y no tiene pinta de que eso vaya a aguantar… Celebramos que hemos conseguido –y disfutado– la etapa maratón con dos rondas de bollos y un buen banquete de gastronomía marroquí.
Día 10. Boulmane – Nkob
¡Última etapa de nuestra aventura! Nuestro coxis es el único que se alegra ante la idea de volver a meter la bici en una caja… Hacemos la foto de rigor en la salida, engrasamos las bicis, avanzamos cinco kilómetros y ¡zas!, como bien habíamos vaticinado se parte la parrilla… Como porteamos mochilas en vez de alforjas, el imprevisto se soluciona rápido: mochila a la espalda y listo.El paisaje de hoy es diferente, es semidesértico. El calor y el aire en contra en algunos tramos endurecen una etapa que tiene 84 kilómetros, 1.034 metros de desnivel positivo y 1.568 negativos. “El perfil es llanear, una subida y una bajada larga, y volver a llanear por una bonita pista…”. Edu, nuestro guía particular, nos va dando indicaciones porque ya ha hecho esta ruta previamente pero le pilla por sorpresa el asfaltado de la última parte de una etapa que precisamente tenía como encanto que era 100% pista.

Pedaleamos en grupo, Jorge y Edu delante, Carlos y yo atrás, y se dibuja en el horizonte Nkob. El polvo y la sequedad del ambiente resecan mucho la garganta y estamos ya delirando con algo fresco que llevarnos a la boca. Nos abrazamos al llegar, ¡ruta completada, sueño cumplido! Creo que aún no somos conscientes de todas las experiencias vividas…
Hoy nos damos un homenaje y nos alojamos en Kasbah Baha Baha, que tiene el plus de la piscina y unos amplios jardines. Todos los alojamientos por los que hemos pasado han estado impecables, algunos más austeros, otros más amplios, pero hemos comido y dormido de lujo por sólo 200 o 250 Dirham (20-25 euros) el alojamiento y la media pensión.
Por la noche nos reencontramos con Ramón, nuestro chófer, y eso nos recuerda que hay que ir pensando en la vuelta…
Día 11. Vuelta a Marrakech
Se hace raro levantarse y sentarse sobre el cómodo asiento de un coche. Echo en falta sentir el aire en la cara, el contacto directo con la gente que te cruzas, observar el paisaje siendo parte de él. De repente, tengo la sensación de que llegar a nuevos lugares sin emplear ni gota de energía y esfuerzo hace que estos lugares pierdan cierto encanto o valor. Con el coche llegas, bajas, haces una foto desde un mirador con otros tantos turistas y vuelves al auto. Con la bicicleta todo se ralentiza y el trayecto en sí es una parte esencial del viaje que te llena de emociones.Entretenida en estos pensamientos, cruzamos kilómetros de palmerales en dirección a Zagora, la puerta del desierto marroquí, hasta que nos desviamos para hacer una parada en la turística localidad de Ait Ben Haddou, una ciudad fortificada en la provincia de Uarzazat, donde se han grabado películas como Gladiator o Alejandro Magno.
En las afueras de Marrakech hacemos una última parada para entrar en un supermercado y por fin conseguimos comprar unas cervezas (beber alcohol en Marruecos está prohibido por la religión musulmana). Esta noche tenemos mucho por lo que brindar.
Día 12. Marrakech - Madrid
Último día. El vuelo sale por la tarde así que aprovechamos la mañana para comprar regalos en el zoco de Marrakech. “¿Españoles? Ohhhh, precio amigo”. Sacamos a relucir nuestras dotes de negociación. Observo cómo las conversaciones fluyen de forma rápida y fácil en una sociedad despierta.

No están inmersos en una pantalla digital; están atentos a lo que sucede frente a sus ojos. También lo vimos entre la gente de la montaña. Se acercan con curiosidad, te preguntan, bromean. Te ofrecen lo que tienen a mano -una manzana, un té- y lo comparten sin esperar nada a cambio.
Una vida sencilla basada en una economía de subsistencia, con pocas oportunidades pero también pocas preocupaciones. Y así se muestran. Auténticos. Intercambiamos unas palabras en inglés o francés. Pero más que lo que dicen, importa cómo lo dicen. Te miran a los ojos y colocan la mano en su corazón. No se me ocurre una forma mejor de conectar entre gente de culturas diversas.
Marruecos, tan próximo y a la vez tan distinto... un lugar que está tan cerca y es capaz de llevarte tan lejos… Un país de contrastes que hemos recorrido desde la montaña hasta el desierto. Shukran, Marruecos, por todas las experiencias que nos has regalado. Ya perdonarás, pero nos llevamos un pedacito de ti con nosotros.
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