sábado, 21 de diciembre de 2019

Podcast 024 - El cross de la Ballena por David Latasa

El próximo día 24 de deciembre se celebra el cross de la ballena, en la localida de Oteiza de la Solana. David Latasa oriundo de dicha localida y exciclista profesional, que ahora participa en pruebas de triatlon, nos cuenta los detalles en el blog.


Inscripciones.
Información del cross de la Ballena en Facebook.

Además de los detalles de la prueba, David Latasa nos cuenta trás más de una decena de años como profesional, como en su nueva vida, sigue manteniendo ese espiritu competitivo y colabora con el deporte base, con el Club Ciclista Ermitagaña.

martes, 17 de diciembre de 2019

Podcast 023 - El Pavo, marcha MTB Muniain de la Solana

El próximos 22 de diciembre, a las 10:00 de la mañana, se celebra el fin de fiesta anual del BTT en Estella, en Muniáin de la Solana.

Txuma Andueza nos cuenta los detalles, y nos adelanta el mundo Gravel que desde Tierra Estella EPIC están impulsando.

Podréis encontrar las imagenes e información de la marcha en la página de Facebook de ElPavoMTB y aunque las inscripciones ya están cerradas toda la documentación de la marcha.


miércoles, 11 de diciembre de 2019

Podcast 022 - Eremua la zona BTT y Trail del valle de Esteribar

Y con esta entrada llegamos a las 100 del blog de las Casirutas.

En esta ocasión charlamos con Jorge, encargado de la asistencia técnica de Eremua, la novedosa zona BTT y de Trail en el valle de Esteribar, al norte de navarra, y a escasa media hora de Pamplona.

Podéis estar al día de todas las noticias y eventos que organizan en la redes sociales
Twitter
Facebook
Instagram

Y descargar la aplicación para Android en PlayStore.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Uiarra y Lokiz en épocas de lluvia

En esta zona pese a la lluvia es posible andar todo el invierno
Llevamos un mes de noviembre muy húmedo y lluvioso,pero no por eso nos vamos a quedar en casa,eso si,todos los días a casa bien manchado de barro.

En esta ocasión me aventuro a dar una vuelta por la cara norte de la Sierra de Lokiz,teniendo en cuenta que habrá bastante barro,aunque será del de marcharse nada más.

En esta vuelta quiere unir dos objetivos principales,el primero ir hasta el Estrecho de Zarmendi o Calderas de Pedro Botero en el tramo que el Río Uiarra transcurre por el término de San Martín de Ameskoa ,subiendo posteriormente a Lokiz, con el segundo objetivo de reconocer unas cuantas sendas que no conocía, por las que transcurría el BASAJAUN TRAIL RACE y que magistrálmente unió mi amigo Sergio Aramendía "Topo", una maravilla.

Inicio la ruta en el Puente de Itxako, hasta donde voy con el coche, ha llovido algo, no mucho, el día y noche anteriores y está todo muy mojado, hoy me voy a empapar con los boges.

Puente de Argonga sobre el Uiarra
Enseguida cojo por la derecha la Senda de la herradura del Caballo de Santiago, que por encima del Río Urederra une Itxako con el Camino de la Txola, el cual cojo 200 metros en sentido ascendente antes de dejarlo por la derecha de nuevo,para bajar al Puente de Barindano, ya sobre el Río Uiarra y tras cruzarlo, subir a este pueblo de Ameskoa Baja.

Hacia la izda cojo la pista que une esta localidad con la Ermita de Santiago, por la que circulo apróximadamente un kilómetro, antes de cruzar una puerta a la derecha que me llevará hacia el Puente de Argonga. En este tramo suele haber siempre vacas y hay un barrizal importante, un tramo lo puedo superar montado en la bici manchándome bastante, y posteriórmente tengo que andar por el barro unos 50 metros.
Primeras badinas del Estrecho de Zarmendi

Hay opción de no hacer este tramo, ir por una senda que sale un poco más adelante a la derecha también y que sale ya después del barrizal.

Sin bajar al Puente de Argonga continuo hacia San Martín, girando a la derecha un tramo después hacia el Puente del Corral Nuevo, al que no llego,ya que antes de descender hacia él, cojo una senda a la izda que me lleva a la entrada del Estrecho de Zarmendi, un precioso y no muy conocido y profundo cañón que el Uiarra forma durante casi 700 metros de longitud. Voy andando hasta la entrada del cañón donde hecho unas cuantas fotografías,son muchas las veces que he estado en este lugar,pero siempre me gusta sacar fotos y estar un ratillo allí.

Salida de estrecho de Zarmendi o Calderas de Pedro Botero

Regreso a por la bici y continuo remontando el Regatxo de San Martín, cruzándolo después para ir buscando ahora si el Puente de Argonga, el cual supero para entrar aguas arriba buscando la salida del cañón o Calderas de Pedro Botero como también se le conoce a esta espectacular maravilla de la naturaleza, aconsejo que vayais a conocer este lugar bien sea en bici o andando desde Barindano o desde San Martín, no os dejará indiferentes.




Disfrutando del otoño en plena subidad de Zestegi
Con el primer objetivo cumplido y disfrutado, comienzo la parte más dura de la ruta, que es la ascensión a la parte alta de la Sierra de Lokiz. Para ello elijo un puerto poco usado para ascender a la Sierra, como es el Puerto de Zestegi, los último coletazos del otoño en forma de colores amarillos, rojos y ocres me hacen disfrutar mucho de esta ascénsión.

Una vez alcanzada la pista principal giro por ella a la derecha un buen tramo, hasta dejarla por la izda para continuar por el Barranco Hondo, hasta las inmediaciones del Puerto de Aramendía.


Sendas entre bojes en plena sierra de Lokiz
Aquí tenía intención de haber cogido una senda que me llevara a la Balsa de Lisgaina, pero no pude encontrarla, por lo que decido ir por otras sendas más conocidas que transcurren paralelas a la pared de Lokiz.

Aquí comienzo un tramo de ruta en la que voy enlazando unas cuantas sendas hasta ahora desconocidas para mi y que son absolutamente espectaculares. La primera de ellas algo difusa que ahora si, me lleva a la Balsa de Lisgaina, desde donde seguiré el track de la BASAJAUN o TOPOTRAIL, aunque eso si, en dirección contraria a la transcurria esta carrera.

La primera de ellas me lleva hasta el Barranco de la Poza, formado por la Regata Basaula, cruzándolo y continuando por otra que me lleva a los Corrales de Galdeano, ya en las inmediaciones de los rasos de San Kosme.

La siguiente, preciosa también, me lleva al camino de ascenso a San Kosme, voy unos 60 metros por él, antes de salir por la derecha para bajar por lo que fué la segunda ascensión de la carrera pedrestre, que no conocía y que me pareció simplemente espectacular.
Balsa de Andulaina

En su primera parte se trata del Barranco de Andulaina, el cual pasa por la Balsa del mismo nombre, una senda preciosa en la que hay que extremar las precauciones,ya que es cara norte y las piedras que tiene y la humedad del lugar, hace que esté muy resbaladizo, cuidado.

Este primer tramo lleva al Barranco de Gartziaran, el cual cruzo y porteo la bici unos metros para alcanzar el borde rocoso izdo del Cañon de Itxako, por donde continuo disfrutando de unas vista alucinantes del Cañón, así como de Lokiz y también de Urbasa.

De nuevo la senda se pone es sentido descendente por otro barranco genial, el de Bargazabal, por el que se va descendiendo hasta salirse a la izda por el Morro de Artola, continuando por una senda muy bonita hasta el Camino de la Txola, donde se termina este descenso largo y sorprendente.

Vistas sobre el barranco de Itxako

Ya para regresar y finalizar la ruta, sólo me queda bajar un poquito por la Txola, hasta coger por la derecha de nuevo la Senda de la Herradura, por la que alcanzo las Txoperas de Itxako, principio y fin de esta extraordinaria ruta que os llevará a las Calderas de Pedro Botero y a disfrutar de lo más profundo de la Sierra de Lokiz.

No es perdáis la galería de fotos, que en menos de 30km y 1000m de desnivel encontramos parajes inmejorables practicamente en la puerta de casa.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Marruecos, de la montaña al desierto - Podcast 020


Charlamos con Edu que nos cuenta esta maravillosa aventura, de 4 amigos en el Atlas Marroquí. Podéis leer también, desde la visión de su primera experiencia las vivencias, escritas por María.



Una mirada. Viva, intensa, que se mantiene unos segundos fija sin pestañear. Tras ella hay curiosidad, preguntas. Las que se hace una niña del Atlas marroquí al cruzarse con mi mirada. Ella cabalga sobre un burro con alforjas cargadas hasta los topes; yo sobre una bici con una liviana parrilla.

 Mundos distintos. Sonrío a modo de saludo y me responde con una leve inclinación de cabeza y una sonrisa tímida. Lenguaje común. Ella prosigue su camino, su rutina diaria, sin mirar atrás. Yo continúo mi viaje recorriendo sus costumbres y paisajes. Quizá ella sueñe un futuro como el mío mientras yo añoro un pasado como el suyo. Cruzar miradas, intercambiar palabras, conectar con gestos. Instantes fugaces que dejan huella.





Nuestro viaje a Marruecos ha sido una secuencia de instantes así. Una inmersión profunda en el Atlas más auténtico, un choque cultural brutal y repentino, acompañado por unos paisajes áridos a los que tampoco estamos acostumbrados, desde la alta montaña a las puertas del desierto. Una aventura que se fraguó hace año y medio entre cuatro amigos. Un viaje muy exigente físicamente, con una combinación de dos etapas de monte y seis de bici, entre las que hemos recorrido 537 kilómetros y hemos salvado 12.845 metros de desnivel positivo. Un sueño cumplido.



Día 1. Llegada a Marrakech

Añadir leyenda
5 de octubre. Madrid-Marrakech. Biennn, nuestras bicis han llegado enteras. En el aeropuerto nos espera Ramón, la persona que nos ayudará con el transporte, y comienza el tetris para colocar las cajas de las bicis sobre la baca de su 4x4. Ramón sonríe: “No hay problema, amigo”.

Pues vale. “¡Yala, yala!”. Llegamos al hotel Narjisse, descargamos los bultos y nos adentramos en la medina entre kilos de fruta, encantadores de serpientes, monos y tatuadoras de henna. Nos perdemos en el laberíntico zoco de Marrakech, observamos todo tipo de objetos que llenan las estrechas calles y admiramos su trabajo artesanal con el cuero.

 Atravesamos un universo de colores y olores para terminar de nuevo en la plaza, donde cenaremos en uno de los puestos callejeros. Quizá este haya sido el único momento del viaje en el que nos han agobiado un poco por ser turistas.

Mañana ponemos rumbo al Marruecos más auténtico, donde apenas llegan foráneos y donde viviremos las experiencias más especiales del viaje.


Día 2. Camino al Atlas

Este día lo dedicamos prácticamente entero a viajar. Para recorrer kilómetros en este país hace falta tiempo y paciencia, porque se avanza despacio. Somos cuatro, así que optamos por el transporte privado. No es la opción más barata pero sí la más rápida y cómoda, sobre todo si tienes que portear las bicis.

A 60 kilómetros de Marrakech hacemos un alto en el camino para ver las famosas cascadas de Ouzoud, y más adelante, en Asilal, paramos en un mercado a comprar fruta y provisiones para los próximos días.

Mientras subimos y bajamos puertos al ritmo de Enrique Iglesias, uno de los cantantes preferidos de nuestro conductor Ramón, damos alguna que otra cabezada: es mejor reservar fuerzas y no enterarse demasiado de las sinuosas carreteras y pistas que nos esperan con la bici. Ya las enfrentaremos cuando llegue el momento.




Llegamos a Agouti, el punto de partida previsto para la ruta,  y Ramón vuelve a ofrecerse para ser nuestro coche de apoyo, pero educadamente nos negamos. Tenemos claro que queremos portear nuestro equipaje, que hemos aligerado al máximo, y ser autosuficientes durante la ruta. ¡Comienza la aventura!     






Día 3. Agouti – Refugio Tarkddite

Nos despertamos temprano para desempaquetar las bicis, montarlas y dejarle a Ramón las pertenencias que no vamos a necesitar durante la ruta. Quedamos para que nos venga a buscar cuando la terminemos, nos calzamos las zapas de monte y echamos a andar.

Tenemos por delante 19 kilómetros con 1.648 metros de desnivel positivo. Al principio se hacen muy llevaderos, estamos con ganas y pasamos por pequeñas aldeas que nos permiten un primer contacto con la gente local.









Vemos sobre todo niños y niñas que van a la escuela o están jugando junto a sus casas. Nos hacemos fotos con ellos y alucinan cuando se ven reflejados en la pantalla de nuestro móvil. Su ilusión, su inocencia, sus risas nos dan la energía necesaria para afrontar la primera parte de la subida.



Poco después quienes alucinamos somos nosotros al encontrarnos con un grupo de cinco jóvenes marroquíes que están haciendo la misma ruta que nosotros, pero portean numerosas bolsas y cajas de cartón con todo tipo de utensilios, cazuelas de barro, comida, incluso una silla playera… Parecido a nosotros, que llevamos todo bien apretujado en una mochila de diez litros.

Dejamos atrás las anécdotas y las aldeas y la cosa se pone seria. Nos espera una larga subida hasta un collado que está a 3.400 metros de altitud. Cada uno sube a su ritmo, en silencio, bajo un sol plomizo. Después de una pequeña bajada y cinco horas de travesía divisamos el refugio Tarkddite.

Es un refugio austero, pero suficiente, y está ubicado en una preciosa planicie a 3.000 metros de altitud, en la que uno se siente pequeño y bien. Muy bien. Nos tomamos un té en la “terraza” y disfrutamos de las vistas y de la paz del lugar mientras dura el sol.

Cuando se pone, nos resguardamos en el refugio, observamos cómo hacen el pan y devoramos el tallín que nos sirven para cenar mientras charlamos con una francesa, la única compañía que tenemos esa noche. Nos acostamos pronto bajo una pila de mantas. Creo que mañana nos espera un día duro.


Día 4. Refugio Tarkddite – cima M’Goun – Agouti

A las 4:15 de la madrugada suena el despertador. Hemos dormido vestidos, así que sólo nos tenemos que poner la chaqueta, el frontal, y la mochila. Fuera, aguarda una inmensidad oscura salpicada por miles de estrellas. Silencio absoluto.









Qué afortunados somos de poder estar ahí. Hace frío, pero es soportable, no mueve aire. Avanzamos en fila bajo la iluminación del frontal hasta que aparece un haz de luz en el horizonte y nos sorprende un amanecer mágico.

El frío se intensifica y tenemos que trotar para no quedarnos tiesos. Después de tres horas, 10 kilómetros y 1.071 metros de desnivel positivo desde el refugio, coronamos la cima del M’Goun. Con sus 4.071 metros de altitud, es el cuarto pico más alto de la cordillera del Atlas y el punto más elevado que han pisado mis compis.


Hacemos foto para el recuerdo, contemplamos las vistas unos instantes y nos lanzamos para abajo hasta encontrar un ‘txoko’ resguardado para comer algo.

La altura comienza a hacer mella: se nos reseca la boca, se nos escapa algún bostezo y aparece algún ligero dolor de cabeza… Tardamos dos horas en bajar al refugio y llegamos con las fuerzas justas. ¡A desayunar! Con el estómago lleno ya se ven las cosas de otra manera.




Nos disponemos a enfrentar la vuelta hasta Agouti pero nos resistimos a volver por el mismo lugar por el que vinimos. Tiene que haber alguna posibilidad de hacer la ruta circular. Preguntamos a uno de los guías que aparece en la planicie para montar un campamento y sus indicaciones son claras: “¿Agouti? Sí, otro camino posible. Seguir cauce río, primer desvío izquierda. Left”. Perfecto.





Allá vamos. El descenso es precioso, charlamos animados, “hoy llegaremos pronto, podemos lavar ropa”, pero de repente nos topamos con un salto del río por el que no es viable seguir. ¿Y el desvío? Retrocedemos por si se nos ha pasado. Nada. No hay desvío. ¿Qué hacemos? No hay más opción que volver sobre nuestros pasos, tenemos que ir a lo seguro.

El calor aprieta, empezamos a racionar bebida y comida, vamos muy justos, pero nadie se queja. Al revés. Le restamos importancia y cada uno remonta la subida a su ritmo hasta la planicie del refugio. Nos reagrupamos. Bueno, ahora ya sabemos lo que nos espera, y no es poco.

Emprendemos el regreso, sin prisa pero sin pausa. Vamos a llegar justos de luz. Qué lejos queda la conquista de la cima al amanecer… Después de doce horas, con un etapón imprevisto a nuestras espaldas de 50 kilómetros y 2.500 metros de desnivel, llegamos al hostal de Agouti, exhaustos. Rogamos “a lot of pasta” para cenar confiando en el poder energético de los hidratos porque mañana toca coger la bici…


Día 5. Agouti – Zahouia 

Metemos las zapas de monte al fondo de la mochila y sacamos el maillot. Cambio de tercio. Todos comentamos lo reparador que ha sido el sueño, pero nadie habla de agujetas. Tampoco hace falta. Los excesos de ayer se palpan en el ambiente. Una mueca de uno al agacharse, un gemido del otro al levantar la pierna para subirse a la bici…

Terminamos de ponerlas a punto (ajustar parrillas, pulpos…) y comenzamos a rodar. Qué gran sensación la de descubrir un país sobre una bicicleta. Atravesamos las primeras aldeas observando cada detalle. Mujeres que vienen de trabajar en la hierba. Niños y niñas que van al colegio con sus mochilas Quechua. Mezquitas. Burros que justamente asoman la cabeza entre manojos de ramas. Hombres sentados que pastorean ovejas.

Nos adentramos en una pista de tierra y llega la primera subida seria. La rueda no agarra bien y hay que hacer un sobreesfuerzo para avanzar. El calor, el polvo y el cansancio de ayer aparecen de golpe y lanzan el primer ataque, que va directo a la cabeza: “No puedo más, ¿cómo voy a ser capaz de hacer las seis etapas de bici?; ¿quién me mandará a mí meterme aquí?”. Pero todo sufrimiento es pasajero.





Termina esa pista infernal y en esta ocasión casi agradecemos que llegue la carretera. Aún tenemos que salvar mucho desnivel, pero por carretera se hace llevadero. Coronamos la primera subida, bajamos y paramos a almorzar una omelette con queso y té con galletas, un clásico de nuestro viaje. El parón nos sabe a gloria pero también nos pasa factura para afrontar la última subida. Dura, sí, pero es la última. Después nos espera una larga y preciosa bajada de 18 kilómetros que nos deja a las puertas de Zahouia, el destino de hoy. ¡Primera etapa conseguida! Hemos realizado 63 kilómetros con 1.900 metros de desnivel positivo y 2.070 de desnivel negativo.

Por la tarde, cuando estamos dando un paseo por el pueblo, una mujer sale a nuestro paso y nos hace señas con la mano para que nos acerquemos. Nos guía hasta su casa, nos enseña con orgullo la alfombra que está tejiendo y nos conduce hasta el salón, donde su marido nos da un fuerte apretón de manos mientras nos indica efusivamente que nos sentemos junto a él. Nos descalzamos y obedecemos.

¿Nos querrán vender sus alfombras? Cinco minutos después, ella aparece con té, cacahuetes, pan y aceite. Los saboreamos en silencio mientras observamos las arrugas y la paz que desprende esta curiosa gente de la montaña marroquí. No podemos entablar una conversación pero tampoco hacen falta palabras. Solo quieren compartir lo que tienen. Y tienen pocas cosas, pero muchos valores, y eso, con gestos y con acciones se transmite.

Por la noche, ya de vuelta en el hostal, nos espera otra agradable sorpresa para la cena. La compañía y las andanzas de un italiano de 70 años que viaja solo con su bici. Después de recorrer varios países de diferentes continentes nos confiesa que Marruecos se le está haciendo especialmente duro. ¡Fuerza, valiente!


Día 6. Zahouia – Anergy 

La etapa de hoy comienza con varios kilómetros de ligero descenso, que yo disfruto especialmente, rezagada y en silencio. La temperatura es perfecta y el aire en la cara te despeja de par de mañana. Te mueves lo suficientemente rápido para sentir esa placentera sensación de libertad y movimiento a partir de la energía que tú mismo generas y lo suficientemente despacio para empaparte de todo lo que entra por tus sentidos.



La bicicleta, qué máquina tan simple y a la vez capaz de llevarte tan lejos… Pedaleamos siguiendo el cauce del río, afrontamos una exigente subida entre pinos (somos norteños y agradecemos un poco de verde) y disfrutamos de una larga bajada hasta la imponente Catedral de Roca, una pared de roca vertical enclavada en un bello entorno.









Aprovechamos una sombra para almorzar. “Esto ya está casi hecho, sólo quedan 30 kilómetros de divertidos toboganes”. Error. Nos adentramos en una pista con piedras y arena bajo un sol abrasador. Es tan bonita como dura. Los kilómetros pasan despacio y el cansancio se va notando. Nos estamos quedando sin agua y por allí no se ve ninguna aldea hasta que por fin aparece una casa e imploramos agua señalando nuestros botellines vacíos. Nos lo rellenan y nos mandan pasar a una sala diáfana y fresquita, para nosotros un pequeño oasis. Una niña nos observa divertida y se come todas las barritas y dátiles que le damos, mientras su madre se esmera en cascar nueces que poco después nos ofrece en una bandeja junto al clásico té, cacahuetes, pan, aceite y miel. No podemos estar más agradecidos. Shukran x infinito, buena gente.


El espectacular entorno de la ruta por el cañón del río mitiga un poco la dureza del sube y baja de la pista, pero yo llego muy castigada por esta segunda parte de toboganes que había infravalorado. Lección aprendida, nunca hay que cantar victoria antes de alcanzar la meta.


Después de 75 kilómetros, 1.546 metros de desnivel positivo y 1.674 metros de desnivel negativo aparecen las primeras casas de adobe de Anergy. Uf, por fin. En el pueblo nos recibe un mercado local auténtico, en el que se vende carne, animales, objetos, ropa... Nos bebemos dos coca-colas del tirón y se esfuman rápidamente los últimos rastros del sudor y esfuerzo que hemos empleado para llegar hasta allí. Ahora toca disfrutar. De la ducha, del mercado, de las charlas, de la temperatura veraniega, de la desconexión (no hay WIFI), del té, del tallín, de la ropa limpia y de un sueño reparador, solo interrumpido por la llamada al rezo de la mezquita.


Día 7. Anergy – Imilchil  



Anergy (y la vida callejera de su mercado) es un lugar especial, un lugar-burbuja donde parece que se ha detenido el tiempo y apetece quedarse unos días, pero tenemos que continuar nuestra ruta. Hoy asusta un poco el desnivel positivo al que nos enfrentamos: 2.169 metros de ascenso (y 1.496 de descenso) en 68 kilómetros.







Nada más salir de Anergy encaramos con calma un largo puerto en el que prácticamente nos quitamos la mitad del desnivel. En la bajada nos cruzamos con algún campamento nómada y atravesamos aldeas perdidas en las que sospecho que somos la noticia del día. Los niños y niñas dejan de jugar para acercarse a chocarnos la mano y después echan a correr detrás de nuestras bicis como si les fuera la vida en ello. Emociona ver cómo se iluminan sus caras cuando les regalas una libreta o un simple boli…

Paramos a comer unas manzanas y unos dátiles antes del último puerto, que tiene una primera parte de fuerte pendiente que después se suaviza. Alcanzamos las antenas y bajamos hasta Imilchil, el pueblo más grande del Alto Atlas central que hemos visto hasta ahora, que cuenta con unos 6.000 habitantes.



Tiene más servicios, más turistas, más alojamientos y eso le hace perder cierto encanto. Aunque a cambio podemos elegir qué comer (un rico pollo a la brasa) o encontrar fácilmente un taller donde reparar un pinchazo de Carlos que empezaba a tener mala pinta. Mohammed, copropietario del hotel Izlane en el que nos alojamos, nos cuenta que desde que han construido la carretera de asfalto hasta Imilchil en sustitución de la antigua pista han perdido cierto volumen de turismo de aventura.

Esta noche tenemos que echarnos la manta. Estamos a 2.200 metros de altitud y el frío arrecia, aunque nada comparable a los meses de invierno, cuando el termómetro ha llegado a marcar 20 grados bajo cero.         



Día 8. Imilchil  - Agoudal 


 Ya nos estamos acostumbrando a esto de levantarnos y sólo tener que pedalear. No hay obligaciones ni prisas. Nuestra única misión es llegar al destino previsto mientras disfrutamos de la montaña marroquí y sus gentes. Además hoy es una etapa de “descanso activo”: 55 kilómetros con 657 metros de desnivel positivo y 393 negativos. Hoy no madrugamos. Esperamos a que suban un poco las temperaturas mientras damos un paseo por el mercado local de Imilchil, en el que vemos desde un hechicero hasta el puesto de un “dentista callejero”. A media mañana, un poco más perezosos de lo habitual, cogemos nuestra compañera de viaje y ponemos rumbo a Agoudal. En el trayecto destaca el precioso lago Tislit de agua azul turquesa, precedido por una bonita pista en paralelo al río que desemboca en la carretera. Los casi 30 kilómetros de asfalto resultan más monótonos, así que avanzamos “a rueda” hasta llegar a ‘Kasbah Citoyenne’ de Agoudal. Las ‘kasbahs’ (palabra árabe que significa Alcazaba o Ciudadela) son espacios fortificados de origen bereber, todo un clásico de la arquitectura tradicional marroquí que podemos contemplar en muchos pueblos por los que pasamos.


Aprovechamos los últimos rayos de sol para dar un paseo por la aldea y en cuanto este se pone volvemos a nuestra madriguera. ¡Qué frío! Allí nos espera la historia de una familia francesa cuanto menos sorprendente, formada por una pareja joven (Marie-Hélène, de 39 años y Yannick, de 40) y sus tres hijos (de 12, 10 y 8 años). Juntos se han embarcado en un viaje con sus bicicletas y sus abultadas alforjas (portean tres tiendas de campaña, sacos, etc), y con un fin solidario.

Nos cuentan que hace ya varias semanas salieron de su casa, próxima a los Alpes franceses, atravesaron Francia, hicieron el camino de Santiago del norte y bajaron por la costa de Portugal hasta Gibraltar, de donde pasaron a Marruecos. Ahora se dirigen al Sahara y aún les queda Mauritania y Senegal. Una aventura para la que han previsto 6 meses, con una media de 50 kilómetros al día. La logística de ese viaje en autosuficiencia con tres niños no debe ser nada fácil pero su relato es pura sencillez. Atónitos, apuntamos la dirección de su blog para seguir sus andanzas (https://petitprinceavelo.net/). Qué bonito es viajar y cuántas maneras diferentes de vivir…


Día 9. Agoudal – Boulmane 

Ha llegado el temido día. La bautizamos como la etapa “maratón”, la más larga de toda la ruta, nada menos que 123 kilómetros (1.391 + y 2.158 –). Yo estoy un pelín inquieta, he visto muy pocas veces tres cifras en un cuentakilómetros.














Desayunamos como si no hubiera un mañana y nos ponemos en marcha después de desear suerte a la familia francesa. La etapa comienza subiendo por una pista que serpentea entre un árido paisaje montañoso hasta que alcanzamos los 3.000 metros de altitud. Nunca antes, ninguno había pedaleado a esa altura.






 Son momentos, sensaciones, que se volverán a casa con nosotros en forma de recuerdos. También los de la apasionante bajada posterior durante varios kilómetros que nos acercan a la turística Garganta del Dadès. Un descenso que es un regalo para los sentidos de cualquier ciclista o motorista. Una curiosa mezcla de adrenalina-velocidad con paz-bienestar.









Al acercarnos a la Garganta, un profundo barranco en el valle alto del río Dadès, nos sorprenden dos cosas: la escasez de turistas por la zona y una repentina tormenta, que nos obliga a cobijarnos en el restaurante Timzzillite.

Aprovechamos la parada para comer un plato de pasta con unas vistas espectaculares sobre la zigzagueante carretera, hasta que escampa y podemos recorrer esas curvas perfectas sobre nuestras bicis. ¡Qué maravilla! Los últimos 30 kilómetros que nos quedan los disfrutamos tranquilamente hasta que llegamos a Boulmane, una ciudad que no tiene nada que ver con las pequeñas aldeas que hemos dejado atrás.



Allí, nos ayudan a encontrar un “taller” de soldadura para solucionar un problema técnico: a Jorge se le ha partido la parrilla. Nos cobran 100 Dirham (casi 10 euros) y no tiene pinta de que eso vaya a aguantar… Celebramos que hemos conseguido –y disfutado– la etapa maratón con dos rondas de bollos y un buen banquete de gastronomía marroquí.


Día 10. Boulmane – Nkob 

¡Última etapa de nuestra aventura! Nuestro coxis es el único que se alegra ante la idea de volver a meter la bici en una caja… Hacemos la foto de rigor en la salida, engrasamos las bicis, avanzamos cinco kilómetros y ¡zas!, como bien habíamos vaticinado se parte la parrilla… Como porteamos mochilas en vez de alforjas, el imprevisto se soluciona rápido: mochila a la espalda y listo.





 El paisaje de hoy es diferente, es semidesértico. El calor y el aire en contra en algunos tramos endurecen una etapa que tiene 84 kilómetros, 1.034 metros de desnivel positivo y 1.568 negativos. “El perfil es llanear, una subida y una bajada larga, y volver a llanear por una bonita pista…”. Edu, nuestro guía particular, nos va dando indicaciones porque ya ha hecho esta ruta previamente pero le pilla por sorpresa el asfaltado de la última parte de una etapa que precisamente tenía como encanto que era 100% pista.




Pedaleamos en grupo, Jorge y Edu delante, Carlos y yo atrás, y se dibuja en el horizonte Nkob. El polvo y la sequedad del ambiente resecan mucho la garganta y estamos ya delirando con algo fresco que llevarnos a la boca. Nos abrazamos al llegar, ¡ruta completada, sueño cumplido! Creo que aún no somos conscientes de todas las experiencias vividas…




Hoy nos damos un homenaje y nos alojamos en Kasbah Baha Baha, que tiene el plus de la piscina y unos amplios jardines. Todos los alojamientos por los que hemos pasado han estado impecables, algunos más austeros, otros más amplios, pero hemos comido y dormido de lujo por sólo 200 o 250 Dirham (20-25 euros) el alojamiento y la media pensión.

Por la noche nos reencontramos con Ramón, nuestro chófer, y eso nos recuerda que hay que ir pensando en la vuelta…


Día 11. Vuelta a Marrakech

Se hace raro levantarse y sentarse sobre el cómodo asiento de un coche. Echo en falta sentir el aire en la cara, el contacto directo con la gente que te cruzas, observar el paisaje siendo parte de él. De repente, tengo la sensación de que llegar a nuevos lugares sin emplear ni gota de energía y esfuerzo hace que estos lugares pierdan cierto encanto o valor. Con el coche llegas, bajas, haces una foto desde un mirador con otros tantos turistas y vuelves al auto. Con la bicicleta todo se ralentiza y el trayecto en sí es una parte esencial del viaje que te llena de emociones.

Entretenida en estos pensamientos, cruzamos kilómetros de palmerales en dirección a Zagora, la puerta del desierto marroquí, hasta que nos desviamos para hacer una parada en la turística localidad de Ait Ben Haddou, una ciudad fortificada en la provincia de Uarzazat, donde se han grabado películas como Gladiator o Alejandro Magno.

En las afueras de Marrakech hacemos una última parada para entrar en un supermercado y por fin conseguimos comprar unas cervezas (beber alcohol en Marruecos está prohibido por la religión musulmana). Esta noche tenemos mucho por lo que brindar.

Día 12. Marrakech - Madrid 


Último día. El vuelo sale por la tarde así que aprovechamos la mañana para comprar regalos en el zoco de Marrakech. “¿Españoles? Ohhhh, precio amigo”. Sacamos a relucir nuestras dotes de negociación. Observo cómo las conversaciones fluyen de forma rápida y fácil en una sociedad despierta.










No están inmersos en una pantalla digital; están atentos a lo que sucede frente a sus ojos. También lo vimos entre la gente de la montaña. Se acercan con curiosidad, te preguntan, bromean. Te ofrecen lo que tienen a mano -una manzana, un té- y lo comparten sin esperar nada a cambio.

 Una vida sencilla basada en una economía de subsistencia, con pocas oportunidades pero también pocas preocupaciones. Y así se muestran. Auténticos. Intercambiamos unas palabras en inglés o francés. Pero más que lo que dicen, importa cómo lo dicen. Te miran a los ojos y colocan la mano en su corazón. No se me ocurre una forma mejor de conectar entre gente de culturas diversas.





Marruecos, tan próximo y a la vez tan distinto... un lugar que está tan cerca y es capaz de llevarte tan lejos… Un país de contrastes que hemos recorrido desde la montaña hasta el desierto. Shukran, Marruecos, por todas las experiencias que nos has regalado. Ya perdonarás, pero nos llevamos un pedacito de ti con nosotros.